Sorprende ver en qué estado aparecen determinados originales de comic-book con el paso de los años. Por ejemplo, vean el caso de esta página de Superman #8 (agosto de 1987) con lápices de John Byrne, tintas de Karl Kesel y color de ¿Tom Ziuko?...
Me parece a mí que no. Y si no, comparemos la versión publicada de este
cómic.
¿Qué carajos ha pasado entre medias? Entre 1987 y 2013. Pues que, me temo, alguien, en un momento de lucidez -por decirlo de alguna
manera-, tuvo la ocurrencia de ofrecérsela en alguna convención
a un colorista para que le diera un poquito de color a la cosa. Y sin entrar en la cuestión de si es un coloreado amateur o profesional, la
pregunta que viene al caso es: ¿con qué derecho se atreve alguien a
hacer esto? Ya sea el colorista de turno o el poseedor en ese momento de este
original. Es decir, hasta qué punto es legítimo alterar un original que,
circunstancialmente, creemos de nuestra propiedad. Esto ocurre, por
desgracia, con frecuencia con los originales de comic art, pero es
impensable en otras disciplinas más "dignas" como el dibujo, la pintura o
la escultura. ¿Se imaginan que un cantamañanas rectifique los
colores de un Picasso o las líneas de un Lautrec? Pues eso...